domingo, febrero 24, 2008

“Soy leyenda” (“I Am legend”, Francis Lawrence, USA 2007).

Demasiada película para tan corto guión. Un hombre solo en Nueva York por cuatro años y toda la película se dedica a hablar, hablar, hablar y hablar... con su perro ¿hollywodesco acaso?
¡Cuántas reflexiones -sin palabras- podía haber compartido Robert Neville (Will Smith) con el espectador en ese, tan utópico como desolador, Manhattan! Nadie dice que, por salud mental, no hacía lo correcto. Pero, desaprovechar de esa manera la posibilidad que le daba el mismo guión, sólo puede pasar en una cinta norteamericana.
“Soy leyenda” tiene dos cosas rescatables: el artesanal trabajo en la computadora y las buenas intenciones del Director Francis Lawrence. Cuando la salud no tiene más límites que los de cualquier empresa. Cuando las restricciones en la venta de fármacos son simples legalismos. Cuando primero es el negocio que la persona. Cuando ya no hay marcha atrás. Cuando primero está la fe en la ciencia que en Dios. ¿Qué no son los ateos los que acusan a los creyentes de fanáticos? Con todas las buenas intenciones del Director y de Will Smith, el milagro que lleva a la fe al Dr. Neville parece más bien superstición. Un amuleto: la mariposa que su hija –también en la vida real- hace con sus manitas y que luego ve en el cuello de la mujer que lo salva.
Un argumento simple, lineal, infantil. Parece que el director presupone 2 neuronas: una para recordar las calles de Nueva York y la otra para estar preparado por si aparece otro “buscador de sombras”.
Basta de críticas amargas. Volvamos a las buenas intenciones. No sexo, no drogas, no alcohol, no vandalismo. Minorías pacifistas: un cantante negro, la brasileña y la comunidad de humanos -que ahí son minoría-. Mujeres valientes y compasivas -no esculturales-: la esposa de Robert, el maniquí y la brasileña que lo salva. El ¿buen humor? de Shrek. Y Dios. En la última escena vemos una iglesia al fondo.

“Soy leyenda” nos recuerda –como se los repito siempre a mis alumnos- que no son suficientes las buenas intenciones y un gran presupuesto. Una película de calidad exige oficio: si se hace un buen trabajo, el espectador no necesita explicaciones obvias. Necesita imágenes que lo lleven a pensar y a deducir. Un buen Director cree en el espectador.

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