viernes, agosto 31, 2007

La vida de los otros.


Nosotros, los otros. La frialdad de la lejanía, la calidez de la cercanía. ¿Quién puede quedarse inánime cuando se le revela la vida del otro? ¿Quién se siente capaz de destruir la más sublime unión de donación, de uno con una?
La escena más grotesca nos lleva a la más sagrada. De una celulítica mujer/cosa pasamos a un lecho conyugal/altar que simboliza lo más sagrado que el hombre puede alcanzar y que nos hace recordar nuestra semejanza con el creador: la autodonación. El sexo no es sustituto del amor. El sexo solo, deshumaniza; el amor, diviniza.
Un hombre curtido por la rutina de la tortura: un académico, y paradójicamente también un profesional del tormento. ¿La clave? No sentir, ver al otro como un objeto de información para conseguir el fin: el bien del Estado. ¿El cambio? Como casi siempre, gradual. Enfrentarse a la intimidad, no de una persona sola, sino de la unión de dos personas. Ver el mundo a través de los ojos de otros, de los otros.
¿La vida de los otros? No. Es nuestra propia vida: el contraste de la miseria personal con el infinito de los otros, no puede dejarnos indiferentes: suicidio o martirio.
Un director en la Alemania comunista y su novia/esposa, una actriz. Un director que es fiel, no a su carrera, sino a su conciencia. La coherencia, él lo sabe, es lo que da sentido a su vida y es lo máximo que puede ofrecer a su amada: una vida con sentido.

La debilidad de la mujer es el punto sobre el que se soporta toda la historia. ¿El amor? No. La pasión por su profesión. Qué poco conoce este director a la mujer y la fuerza que le da el amor.

2 comentarios:

Juan Manuel Escamilla dijo...

Este peli ha sido tremendamente catártica para mí. Quizá por eso la tengo en tan alta estima. Sin embargo, me parece que hay elementos objetivos para juzgarla como una película francamente buena.

Soy amigo, influencia de Dostoewski, del realismo. Del naturalismo en la descripción de la tragedia humana. Amén del arte como Belleza y de la Belleza como catársis redentora. La película La vida de los otros, me parece, consigue involucrar al espectador en la problemática de la historia: un hombre que, para seguir su conciencia, tiene que ser heroico y convierte, por su humanidad, por su convicción, por su bondad, a un inspector kantiano. Es la contrapartida del inspector Javert en Los Miserables. Ambos viven en un estadio ético -Kierkegaard-, pero uno se redime, el otro se desespera. La dialéctica de la conciencia es, me parece, muy bien tratada.

Me fascina, por otra parte, el tratamiento que hace el director sobre el sagrario de la intimidad. Y es que lo que tenemos de más íntimo es lo que nos configura como más humanos. Y nuestra mayor dignidad. Me refiero a una concepción del corazón en términos bíblicos. Así, como sostiene el gran Agustín Dios es "intimor íntimo meo": más íntimo a mí que lo que tengo de más íntimo. Él radica en la profundidad del hombre. La introspección, pues, desde esta perspectiva, es aproximarse a la autenticidad más honda: la que nos hace deiformes, configurándonos con el Amor -Deus charitas est.
Acá está el hombre frente a su conciencia, primer embajador de Dios en el alma (Card. Newman). Ciertamente el hombre se enfrenta solo a la decisión moral. Siempre se está en la completa soledad -de otro modo no tendría cabida la libertad- frente a los disyuntos del camino. Y, con todo, ahondar en la intimidad implica un quitarse las sandalias por estar pisando en terreno sagrado, como ante la zarza que arde sin consumirse.
Otro elemento plausible (digno de aplauso) que encuentro es que enfatice la importancia del individuo frente al monstruoso Estado uniformador. El hombre es individualísimo. Y el comunismo -herencia marxista por vía directa de Hegel y su pasión por la omniabarcancia-, como toda ideología, sólo puede suceder en la anulación de la personalidad individual. Todo individuo -auténtico- es una afrenta al Sistema y lo pone en peligro. Yo sospecho que la configuración de la ideología sobre la personalidad de sus "víctimas" las "despersoniza", las anihila, alienándolas. Así, no encuentro tan culpable a la chica que entrega al escritor: es una víctima del sistema, la pobre. Y es un caracter tragiquísimo: para vivir tiene que prostituise, espiando a su novio/amante y cumpliéndole al jefe comunista sus caprichitos sexuales. ¡Ay, qué dialéctica insoportable!
Una escena cumbre, como señalas, es aquella en que el inspector-espía busca a la prostituta y le suplica como niño a su madre que se quede un poco más. Mendiga amor. Es conmovedora esa escena. Llama a las lágrimas. ¡Que solo puede estar el hombre!
En fin, es una gran peli. Y como este comentario ya se extendió más que el mismo post, aquí lo dejo. Saludos hasta Guadalajara, perla de occidente, Luzma.
Y ¡qué hijazas tienes! ¡Enhorabuena!
P.S. Ya contesté la encuesta.

Otto Hugo Weinberg dijo...

Juan: ¡te encuentro en todos los blogs! ¡En todas las entradas! Y siempre con comentarios dignos de Francisco de Paula de la Costa y Sainz del Bardal (Cf. "Poeta" en http://hapaxes.blogspot.com/2007_04_01_archive.html ).